lunes, 11 de junio de 2007

Tren y manta

Volver, con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien…

No ha habido nieve en Poitiers estos meses, tampoco mis sienes se han teñido de ningún color, todo será porque no han pasado veinte años como dice el tango, solamente cuatro meses.

Es algo, definámoslo raro, visitar tu propio país, tiene el mismo regusto que volver a casa el fin de semana, uno ve que todo queda igual y nada parece haber cambiado aparentemente, solamente impera esa sensación de que tu casa, tu barrio, tu ciudad en general dejó de ser tu mundo entero para ser una ínfima parte de él. Con el país supongo que pasa lo mismo, el haber estado fuera todo este tiempo hace que vuelva a compararlo todo, que salten a la luz detalles que nunca tuve en cuenta y también que ya no me extrañen cosas que antes sí lo hacían.

Mi ultima tarde en Poitiers me hizo darme cuanta de que estar tanto tiempo en Francia digamos que me había… afectado, puede que ya no sea un viajero en este lugar y que quizás haya echado algo de raíces. Tomando una cerveza en la plaza del Hotel de Ville con Daha, un compañero de laboratorio pasa de vez en cuando algún conocido, se para y tiene una de esas conversaciones con tanta profundidad sobre el tiempo y que vas a hacer el fin de semana, les enfants terribles nos reconocen y sonríen, puede que tanto a Daha (que es de Mauritania) como a mí ya nos asocien con el entorno, al igual que se puede asociar le pigeon-mec (el tío de las palomas) todo el día dale que te pego al las migas de pan.

El caso es que horas antes de dejar Poitiers y después de haber dejado a Daha y a unos cuantos en la terraza del bar fui a comprar el pan para cenar, lo que ya se está convirtiendo en una tradición, la mujer me ve entrar y me sonríe, me prepara la barra que pido siempre y me la da, compro unos croissants para el camino y me desea buen viaje, merci, au revoir. El hombre del estanco también me conoce, soy el español que llegó allí un día y por medio de señas le pidió tickets de autobús con descuento de estudiante (doy fe que al final los conseguí) y que los ha venido comprando estos meses, me llevo de paso Le Monde y alguna revista -¿Para el camino? No, para los amantes de Francia en España, el hombre vuelve a emitir ese sonido leve que tiene como risa y hace un intento de desearme buen viaje en español. Poco después me doy cuenta que estoy andando por Poitiers, con una barra de pan, el periódico debajo del brazo y comiéndome un croissant, siempre había pensado que se me da bien amoldarme a las situaciones, pero no hasta este extremo.

La maleta esta preparada, el billete, el pasaporte… (el cual me olvidé en Madrid al volver, viva la Unión Europea y la inexistencia de fronteras) caminando hacia la gare miro por última vez las calles y pienso que ya tienen algo mío, y yo de ellas, comienza a lloviznar, apresuro el paso. Cuando valido mi billete (cosas que se hacen aquí antes de coger el tren) una mujer con su traje de raso azul y con su gorrito de la SNCF (que nunca me dejará de recordar al de miliciano de la guerra civil) me pregunta que tren voy a coger, se da cuenta que soy español y me dice que si quiero anunciar el tren por megafonía en castellano, que lo suelen hacer por si hay algún español en la estación que no entiende francés. Yo creo no entenderla porque aquello me parecía demasiado gracioso para ser verdad pero ahí cogí el micrófono, la mujer me dice que tengo que decir el origen, el destino y la vía del tren mientras que su compañero, negro y vestido de igual manera no puede ocultar sus relucientes dientes del descojone, después de pensar durante rato qué decir salió algo como esto:

-Señoras, señores, el tren con origen Paris destino Madrid va hacer su entrada en la vía uno. Destino Madrid, vía uno. ¡Tos pa Madrid!

Puro estilo Atocha (de algo han servido tantas horas muertas esperando trenes allí) salvo el final, claro. Salgo corriendo para el andén mientras el negro se está secando los ojos de la risa.

Pero el viajero que huye, tarde o temprano detiene su andar…

El tren sigue con sus revisores que me caen tan rematadamente mal, me miran tres personas de lo mas variopinto al fondo del estrecho pasillo del vagón, uno bajito me hace con la mano para que me acerque. Dos franceses, un estudiante y un profesor; y un español, el bajito. Vuelvo a encontrarme en este tren con otro de tantos españoles que se fueron y que nunca volvieron, o quizás nunca lo hicieron del todo, alterna un francés y un castellano ambos con acento de pueblo, campechano y socarrón. Cuenta que cuando se fue España estaba muy mal, había hambre. Después de parar casi una hora en Hendaya (y paseos por su estación y conversaciones con los gendarmes) terminamos por abrir las puertas con el tren en marcha para ver el cambio de raíles, ni que decir tiene que los revisores que ya no son amables de por sí no estuvieron muy contentos con nosotros.

Después de meneo tras meneo y parada tras parada amanece y empieza a oler a por la mañana, asomo la cabeza por la ventanilla, huele a España. Madrid está ahí delante.

Vivir, con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez.

Madrid para el siguiente post.

*Intermedios musicales: Volver. Carlos Gardel

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