Vivir en un país extranjero te permite descubrir bastantes cosas. Desde el primer momento en tierra extranjera te inunda un sentido de incomprensión con todo aquello que te rodea, farolas y papeleras incluidas. Incomprensión, primeramente y sobre todo en mi caso, por el idioma.
Incomprensión hacia las costumbres, los horarios, la gente, la comida, las formas de proceder, de comportarse o incluso de aceptar como normales cosas nunca antes vistas o que ni siquiera formaban parte de tu vocabulario. Incomprensión, al fin y al cabo, combatible de muchas formas diferentes. Quizás unas sean mas loables que otras pero todas totalmente comprensibles, sobre todo teniendo en cuenta el a veces insoportable sentimiento de soledad que puede abatir a una persona alejada totalmente del entorno que le ha rodeado durante toda su vida. La forma más sencilla, si existe tal oportunidad, es buscar en ese país extranjero gente que comparta tu misma situación (ya sea de la misma nacionalidad o no). De ahí, se extrae una complicidad sencilla, directa y simple como la de compartir incomprensión y diferencia, lazos que son evidentemente mas fuertes si es de tu país el que puede aislar, durante un determinado tiempo, el clima extranjero circundante y puede hacerte volver a sentirte en tu propio país, todo ello sin contar que poder hablar tu propio idioma supone en la mayoría de los casos un descanso para tu propio cerebro.
Es en este momento, en París, viviendo en Belleville, un barrio mayoritariamente habitado por chinos, africanos y musulmanes cuando lo entiendo. Después de haber sufrido en mis propias carnes el sentirme inundado por una sociedad extranjera que, pese a no ser hostil, fue en todo momento distante, puedo comprender la situación de un inmigrante. Es evidente, en todo caso, que mi situación tiene un grado de atenuación extremo respecto a la suya, pero me siento en situación de decir que he podido probar algo de su propia medicina.
Tiendas con letreros en letras ininteligibles, calles atestadas de otros colores, olores e idiomas, mujeres vestidas con túnicas y hombres que portan gorros extraños, falafel, couscous y velas para el Hannukah en los supermercados, peluquerías y tiendas de ropa del estilo de cada país, periódicos, radios... ¿Por qué deciden mantener su cultura y no adaptarse al entorno? ¿Por qué prefieren anclarse en el pasado y en tradiciones de sociedades menos avanzadas? ¿Por qué no adoptan las de la sociedad rica y prospera?
Puedo imaginarme un edificio en medio de París lleno de españoles, quizás una calle con unos cuantos bares con tapitas, de lomo y jamón, pero del de verdad. Periódicos que hablaran de la eterna rivalidad del Madrid y el Barcelona y quién va a ganar la última liga, música normal y corriente, saber que pasa en la ciudad en la que nací, encontrar ruido en las calles, hablar mi idioma… a mi no me parece para nada invadir a nadie, si no pudiera volver a mi país como es el caso de muchos inmigrantes no podría renunciar a eso, porque es mi forma de ser, y renunciar a nuestra forma de ser es algo que nadie, sea en la situación que sea, tiene derecho a pedirnos. Sin embargo, verlo como ciudadano del país que acoge no deja de ser comprensiblemente extraño.
Vienen por distintas razones, pero todas relacionadas: la miseria humana, esa que no permite que todos los seres humanos puedan vivir con un mínimo de bienes primarios, libertad y cultura. Miseria humana de la que en más o menos medida todos somos culpables.
La inmigración es un precio muy bajo que pagamos nosotros, las sociedades del primer mundo. La donación para la cooperación y el desarrollo del 0.7% del PIB es la gran proeza que, a principios de los noventa, se propusieron los dirigentes de esas sociedades avanzadas. Hoy, solo cuatro de ellos cumplen esa proeza. Nosotros, yo incluido, seguimos votando por la permanencia de esta situación y nos choca aun ser los extranjeros cuando cogemos el metro.
jueves, 12 de julio de 2007
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1 comentario:
Como se nota que ya hemos acabado la carrera y tenemos tiempo libre para escribir largo y tendido, ¿¿eh??? Por cierto, he de decirte que me gusta mucho el estilo de los últimos posts. No sé, igual es el de siempre, pero nunca me dejaste leer tu libro de la Guerra Civil (:P).
En Madrid tendrás que darme clases de refresco, porque una cosa es darle patadas al inglés y al alemán y otra muy diferente es que lo hagas con tu idioma materno.
Yo, a estas alturas, ya no me siento extranjera, por supuesto que tenemos nuestras diferencias, pero 6 meses inmerso en un ambiente te cambian. Me sigue gustando más el jamón que las currywurst, el ambiente español que el alemán,pero a todo se acostumbra uno.
Por cierto, debo ser la única española que no echa de menos el calor achicharrante y no poder dormir ni salir a la calle a ciertas horas tan característico del verano cañí aquí en Aachen.
Taprontiiisimo wapo,bsazos
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